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Chismes

  • B.B. Cooper
  • Jul 16, 2018
  • 1 min read

En Tontilandia no solo campean las lenguas largas, sino las imaginaciones prodigiosas. Como en el famoso juego del teléfono -en el que una palabra dicha en secreto de oído a oído deviene en otra completamente distinta-, lo que fue una falta de saludo se transforma en una agresión brutal, una crisis familiar pasajera en el más tormentoso de los adulterios, una conversación de amigos en una franca conspiración sediciosa para derrocar al gobierno de turno. Y estos son solo algunos ejemplos. Mire usted a su alrededor y encontrará por decenas... ¿Será culpa de la cordillera o del desierto de Atacama? ¿Será la misma causa que explica que seamos un país de poetas (y también de ladrones)? También podría deberse a una feroz pasión hermenéutica: todos quieren interpretar a su gusto, con entera libertad y sin límite alguno. Recuerdo la anécdota del santo aquel que dio en penitencia a un confesado por habladurías venirse de su casa a la parroquia arrojando las plumas de su almohada por el camino. Al llegar donde su confesor, el penitente oyó asombrado: "Ahora vuelva y recoja todas las plumas". Ante su estupefacción el santo agregó: "Eso mismo pasa con el chisme: sabes dónde comienza, pero no dónde ni cómo termina". El chisme, además y como es lógico, hace daño. Mucho daño. No solo a la honra y reputación de una persona, sino de su familia. Ahora bien, el chismoso se hace un daño inmenso a sí mismo: falta a la caridad de manera gravísima.

 
 
 

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